Lo miró mientras lo contemplaba,
para ella nadie era como él,
esa sonrisa, esa mirada, esas manos,
ella no las había vivido nunca jamás.
Es que él había llegado a su vida así, sin más,
de improviso había ocupado los espacios que tan vacíos tenía ella,
para convertirse justo en lo que él decía no querer
y ella gritaba no necesitar,
él le ofreció un rol, una mirada,
la reconoció en su necesidad de ser mujer.
Ella se acostumbró y le ofreció lo mismo,
claro, también desde sus limitaciones,
desde sus escudos y sus vacíos...
Así formaron una dinámica dual, que los convirtió en pareja,
no fue el amor, fue la necesidad la que invitó a construir.
Esa noche mientras lo miraba abstraída del discurso que mantenían,
se sintió sola y cansada de pedir coherencia entre lo que decían y hacían,
esa noche se cuestionó ¿qué me tiene aquí, por qué engancharme así?
¿Por qué desde los vacíos y no desde la completud?
Una voz dentro de sí le dijo:
Porque si no reconoces tus carencias pides que las llenen por ti.
Se dio cuenta de lo que había aprendido y decidió que era tiempo de partir...
La pregunta a la historia es: ¿Cuántos nos enganchamos así?